Hay carencias demasiado sensibles en un San Lorenzo venido a menos. Está en ruinas en todos sus aspectos: económica, institucional y futbolísticamente. Y si la cosa ya venía caldeada en la previa, cuando se suspendió la Asamblea que iba a tratar el balance anual, ni que hablar por todo lo que pasó en el Nuevo Gasómetro contra Tigre.
Se salvan unos pocos: Romaña, Tripichio, Muniain y algunos pibes que trataron de dar la cara. Nada más. Es un 2024 con mercados de pases tan malos que tuvo sus consecuencias, el Ciclón termina entre los últimos puestos en el torneo local, también en la tabla anual y por eso no va a jugar copas el año que viene. La impericia está a la vista.
Insultos para los jugadores, para la dirigencia y sobre todo para Marcelo Moretti, apuntado como el gran responsable de este momento nefasto de San Lorenzo. “Que se vayan todos”, bramó el estadio en varias oportunidades, sobre todo cuando Tigre (sí, Tigre) marcó a través de una volea el gol de la victoria cuando todavía faltaba mucho por jugar.
Perdió otra vez San Lorenzo, claro, porque entre medio un partido. Noventa minutos sin que el equipo haya pateado al arco y que insólitamente se queda con diez por una irresponsabilidad de Luján, uno de los tantos jugadores silbados y resistidos por la gente junto Campi, Irala, Leguizamón y Vombergar.
Con uno de más, cómodo en sus limitaciones, los de Victoria fueron testigos de cómo San Lorenzo se autodestruye en sus peores años. Y Russo, con balance negativo desde que comenzó su segundo ciclo, tendrá una cruz pesadísima si sigue en el banco azulgrana.