Miguel Ángel Russo dejará de ser el entrenador de San Lorenzo y todo está encaminado para que se convierta en el nuevo técnico de Boca. La decisión ya está tomada, más allá del silencio oficial, y lo único que resta resolver son los términos de la desvinculación. Russo todavía tiene contrato vigente en Boedo hasta diciembre de 2025, por lo que ahora deberán definir si hay condiciones para una salida acordada.
Luego de la eliminación con Platense, Russo evitó dar certezas sobre su futuro. En conferencia de prensa no confirmó que seguiría al frente del equipo, pero tampoco se despidió. Ese silencio, en medio de rumores que ya circulaban con fuerza, no hizo más que alimentar la idea de que estaba viviendo sus últimas horas como DT del Ciclón. De hecho, el propio presidente en funciones, Julio Lopardo, deslizó que todavía no habían hablado del tema y dejó en duda su continuidad.
Desde la semana pasada, en Boca daban por cerrada su llegada. La buena relación con Juan Román Riquelme fue clave en el avance de la negociación, que se manejó con absoluta reserva mientras San Lorenzo se jugaba cosas importantes en el tramo final del torneo. Mientras tanto, puertas adentro en Boedo, ya daban por descontado que Russo estaba dirigiendo su último partido frente a Platense.
La rescisión de su contrato todavía no está cerrada. No hay cláusula de salida, por lo que en San Lorenzo especulan con la posibilidad de pedir un resarcimiento económico, siempre y cuando el club esté al día en los pagos. Si hay deuda, la chance de que Russo renuncie sin que el club reciba nada está sobre la mesa. En las próximas horas se conocerán los detalles formales de su salida.
Russo asumió en medio de una crisis institucional y le dio cierto orden al club en un momento muy delicado. Pero su salida deja un sabor amargo, no solo por la forma, sino también por el momento en que se da: en un momento decisivo del semestre, cuando el equipo estaba a un paso de una final y con la ilusión de los hinchas renovada. Negoció su llegada a Boca mientras San Lorenzo se jugaba todo. Y eso, inevitablemente, deja una marca.
