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San Lorenzo sufrió pero se desahogó ante Sarmiento

Le cuesta todo a San Lorenzo. Le cuesta porque no tiene una idea, porque va como puede, porque cae en altibajos y padece en las dos áreas. Tuvo momentos de exasperantes sobresaltos ante Sarmiento. Pero esta vez, por falencias del rival, algunas tapadas de Torrico y un gol de Uvita Fernández, logró tomar un poco de oxígeno en medio de un clima caliente ante su gente.

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No jugó un gran primer tiempo el conjunto de Monarriz. Faltó lo de siempre: juego, ideas, creatividad… Pero el mérito radicó en el juego directo. Llegó bastante más en apenas 45 minutos que en otros partidos y encontró la ventaja recién a los 33 a través de Uvita Fernández: centro de Palacios, cabezazo goleador entre los centrales y desahogo del delantero que últimamente venía fallando seguido.

El Ciclón pudo haberle hecho más goles a un Sarmiento que no hacía pie en el fondo. No lo hizo porque no estuvo fino en los metros finales. Y acá hay que detenerse en Di Santo, que contó con dos chances clarísimas pero en ambas Vicentini pudo detener. Una de ellas ayudado por el palo. Torrico apareció cuando, en una ráfaga, el equipo se sintió acorralado, tapándole con el pie derecho un disparo a Alanís después de una buena preparada desde el córner.

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Sabella había metido un tiro libre al travesaño en el arranque del segundo tiempo y parecía que San Lorenzo iba a tener una tarde tranquila. Pero después se metió atrás y se dedicó insólitamente a aguantar. Sarmiento se vino con todo y prácticamente lo peloteó. Llegó una, dos, tres, cuatro y hasta cinco o seis veces claras… Pero su falta de contundencia y Torrico hicieron que el Nuevo Gasómetro, en medio del sufrimiento, insultos contra los directivos y algunos futbolistas, no terminara de incendiarse. “Que se vayan todos”, fue el grito de guerra apenas terminó el partido.

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Con este resultado, el Ciclón alcanzó los 23 puntos, logró cortar una racha de tres derrotas consecutivas y pudo despegarse de ese fantasma del último puesto que se instaló durante estas semanas. Para Boedo fue todo un alivio. Una caricia para levantar el ánimo y, al menos, cerrar el día del hincha con una sonrisa.

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